¿Cómo llegó la humanidad a crear el mal y el dolor ajeno? Para entender
el mal, es necesario desglosar cada capítulo de la humanidad.
Remontémonos a la prehistoria, en el instante que los hombres tenían más
similitud con los simios que con los humanos. Ellos se alimentaban frutos con
el prueba y error, cazaban animales o les tendían trampas, eran nómadas, y
cuando alguien de su tribu caía, tenían que dejarlo atrás siempre y cuando fuera
un lastre para la manada. Cuando el largo pasar del tiempo los hizo
recolectores y comerciantes, incluso enterraban a sus caídos y había cuidados a
los niños y ancianos.
¿Existía el mal en ese entonces? No existía.
Cuando surgió la escritura, todo dio un giro brusco: el cerebro se
ensanchó, el homosapiens era más astuto que nunca, y sin embargo, también fue
el más supersticioso. Pero el mal en el mundo emerge como el inicio de
una virulenta y dolorosa ampolla en la carne, cuando nace el esclavismo, la
depravación, y el dinero. Pero no todo fue como un cuento de terror en esa
época: los griegos aportaron una carga excepcional a la filosofía, los
romanos demostraron ser inspiradores arquitectos, y los chinos se lucieron con
sus inolvidables inventos.
Todo eso duró hasta que cayó el imperio romano, y empezó la edad media.
Existía el mal más que nunca, y la inquisición se encargó de marcarlo para toda
la eternidad; no solo los católicos consiguieron hacer el mal, las guerras, el
hambre, y las enfermedades desolaban áreas enteras. Hasta que aparecieron una
nueva clase social no tan reputada como los nobles, pero sí igual o más
poderosa que ellos: los comerciantes: personas sin privilegios, pero con mucho
dinero, que por supuesto podía ser vil e inmoral como el que más cuando quería
más.
La edad moderna llegó cuando las fronteras se expandieron, cuando
después de una larga travesía se descubrieron las Américas, y dejando de lado
las escaramuzas, traiciones, mentiras, y corrupción a todos los niveles, hubo
una lucha sin tregua para hacerse con el oro indígena de lo que ahora conocemos
como Suramérica. Eso sí, en algunos países como España aún existía la
inquisición y duros castigos medievales, torturas, injusticias, penas de muerte
por doquier, etc., hasta que llegó el momento histórico que nos cambió a todos:
la revolución francesa.
Con la revolución francesa nació la edad
contemporánea. ¿Creéis que desapareció el mal aunque cambiasen muchas cosas?
Solo algunas y para algunos, y tuvieron que desatarse muchos tabús y viejas
cadenas con nuestro triste pasado, para que el mundo hiciera un cambio radical,
un intento del bien común, que hasta hace muy poco estuvo presente en todo el
mundo: la revolución industrial. Máquinas de vapor; industria textil; avances
reales en medicina; seguridad social; inventos muy rudos para nosotros, pero
increíbles e inauditos para su época. Sin embargo, seguía existiendo el mal, y
el jefe era dios, los secretos se guardaban, la información y la formación no
llegaban ni a la mitad de quienes debían disfrutarla, resultando nuevamente,
que el dinero podía ejercer el mal contra los más desfavorecidos.
En la actualidad, el mundo
funciona mucho mejor; según se mire, y según el contexto que hablemos. Por
ejemplo, es sabido que en Estados Unidos, que es la superpotencia mundial, con
grandes avances y relevancia importantísima, carece de un sistema de seguridad
social para cuidar de los suyos. Europa sigue alistando desaprensivos y
avariciosos políticos, banqueros, y gente que según se mire puede considerarse
criminal. Y aunque medio mundo no funciona al ritmo arrollador de países como
Islandia, Noruega, Suiza, o Japón, todo señala que habrá una nueva revolución
muy pronto. Pero quizás esta vez no sea un sanguinario ajuste de cuentas masivo
como en el pasado, quizás sea una revolución moral, donde si no todos, sí muchos,
serán partícipes de ese gran cambio.
Para salvar al mundo del mal,
debemos conocerlo, identificarlo, saber su morada y desenmascararlo de una vez
por todas.
En este post se ofrece otro
punto de vista sobre el mal, pues el mal existe, pero quizás no es como lo
imaginemos.
EL
VALOR DE LAS COSAS:
Apreciemos que nuestro mundo
rota alrededor del valor que le damos a las cosas; que seguro que son muchas y
diversificadas entre cada uno de nosotros. Sin embargo, solo hay cinco cosas
con valor real y absoluto para la vida humana, porque sin ellas no podríamos
vivir.
Este razonamiento nos hace
recordar, inevitablemente, que los seres humanos llegamos al mundo con tres
objetos de incalculable valor que no se desapegarán de nosotros hasta el fin de
nuestra existencia.
Por debajo de todo ello están
el estatus social, el sexo, la ley, y la seguridad.
Si un libro no es más que
tinta ordenada en láminas de papel, el dinero puede traducirse como tinta
garabateada en papel. Ambas cosas tienen el valor personal que queramos darle,
ni más ni menos. Cada posesión que acumulamos el resto de nuestra vida tiene
exactamente el valor que queramos. Un diamante gigante tiene el valor que tú le quieras dar, pues no es más
que un trozo de piedra blanca muy dura.
¿Demasiado simple? Pues ahí es donde nace el mal, donde se engendra el
origen de nuestros problemas.
Si el problema es el dinero, lo traduciré todo a dinero: “Si
posees todo el dinero del mundo (unos 60 billones de dólares), puedes comprar
todos los negocios, todos los barcos, todo el caviar, y todos los hospitales.
No obstante, cuando te des cuenta que tu tiempo se agota, que morirás,
descubrirás que no puedes comprar segundos de vida, que un solo segundo de tu
vida tiene incalculable valor.”
Si un segundo de tu vida tiene un valor de 60 billones de dólares, desde
que pisas este mundo tu vida es una terrorífica catástrofe financiera. Si
cobras 30 dólares por una hora de trabajo, y 1 segundo tiene un valor de 60
billones de dólares, por cada hora de trabajo estás cambiando 180 billones de
dólares en valor tiempo, por 30 dólares en papel.
NO. No es un razonamiento engañoso, porque el trabajo consiste en
cambiar legalmente tu cuerpo, tu mente, y tu tiempo de vida, por un puñado de
papel garabateado. Desde el momento que el dinero nos separó, cada día nos
persigue esta absurda realidad, como una persistente enfermedad de rectangular
papel verde. Intercambiamos posesiones de incalculable valor por papel, y a
ello dedicamos toda la vida.
En ningún momento dije que trabajar fuera malo: es necesario. Trabajar
para subsistir. Pero recuerda que miles de años atrás, antes que existiera el
dinero: la comida, el aire, el agua, y el entorno, estaban en libertad para
cada uno de nosotros, como obsequio del verdeazulado planeta tierra. Sin
embargo, miles de años después necesitamos malvender nuestro cuerpo, mente, y
tiempo de vida, para llegar a estos recursos. Pues unas personas con mucho
dinero cogieron el mayor regalo de la naturaleza, y le pusieron un precio
llamado progreso. Deja de engañarte: esto no es progreso, es esclavitud, y tus
cadenas son el dinero.
Tu familia y tu escuela te programaron así: intercambia tu cuerpo, tu mente, y tu tiempo de vida por papel. Y, una vez que dejas de valorarte a ti mismo, dejas de valorar a los demás, y crees que pueden reemplazarse por dinero. Y no solo eso: si todo puede intercambiarse por papel, ¿qué te impide quemarlo todo, si es tuyo? Este es el origen del mal.
Desde el momento que este pensamiento, este virus, colonizó nuestras
mentes, se escondió en tradiciones, religiones, leyes, creando patrias y
fronteras, y cantando himnos, y alimentando absurdos prejuicios. Lo peor de
todo es que persigue la libertad, y la deshumaniza. ¿Cuál es la única manera de
destruir este mal? Toma conciencia del auténtico valor de las cosas, porque
cada segundo de tu vida vale más que todo el papel del mundo. Tu libertad
individual es más valiosa que todas las leyes de la historia. Tus piernas valen
más que todos los coches del mundo, porque no puedes fabricar otras piernas. Tu
amor es el guía que te lleva a la cima, y es mucho más puro que cualquiera de
las absurdas religiones y dioses inventados.
Para cambiar el mundo hace falta una revolución moral. ¿Estás dispuesto
a luchar?
Seas quien seas, y de donde seas, tu valor es incalculable.
Si te ha
gustado este post, agrégame a mis redes sociales. Te escribió Dave Fear, y te deseo
buenas días.
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